30 de septiembre de 2011

MENOS ES MAS

Imagino que es por todos conocida, la afición que tienen algunos, cuya profesión radica en el don de la palabra, a utilizar libremente, más por torpeza que por intencionada maldad, el lenguaje de forma tosca, atropellada e incluso con un grado excesivo de estupidez.

Se ha puesto en duda recientemente, la categoría lingüística del dialecto andaluz, proveniente del castellano histórico, entendido éste, como la variedad lingüística primigenia con más peso específico en la formación del idioma español.

Esta variedad lingüística, fue conformándose intelectualmente a lo largo de la historia, mediante la síntesis de elementos de las variedades dialectales de la Península Ibérica, el aporte de figuras de otras lenguas españolas y el influjo de diversas lenguas extranjeras.

Ahora bien, como la finalidad del lenguaje, ya sea oral o escrito, es que la persona a la que va dirigido el mensaje, sea cuanto menos, capaz de entenderlo, vamos a hablar en plata, dejarnos de definiciones y disfrutar de una tierra, que quizás no nos ha dado grandes industrias, ni tampoco controversias de la lengua y el idioma, pero que ha sido capaz de hacerse entender con el don de la palabra desde siempre y hasta hoy.

Con la lengua latina ya se hacen sentir en Roma sabios y poetas oriundos de la Bética. Lucano y Séneca son dos grandes ejemplos.

La figura de San Isidoro de Sevilla, cuya influencia es indiscutible en la cultura europea medieval, escribió “Etimologías” que fue texto pedagógico hasta entrado el siglo XVIII.

Andaluces fueron Averroes, introductor del pensamiento aristotélico en Occidente, y Maimónides, una de las más brillantes figuras de la filosofía judía.

Me veo en la necesidad de recordar, que allá por 1492, el sevillano Antonio de Nebrija elabora la primera gramática de la lengua castellana.

El Renacimiento nos lleva hasta Juan de Mena y Fernando de Herrera en la poesía, y nos acerca a narradores como Mateo Alemán y Vicente Espinel, que inauguran un género de gran arraigo en las letras españolas. Hablamos para los que no entiendan, de la llamada novela picaresca.

El barroco andaluz nos regala al poeta cordobés Luis de Góngora, y en el siglo XIX, el sevillano Gustavo Adolfo Bécquer será la figura central del romanticismo español.

Si tuviera que hablar aquí del pletórico siglo XX no tendría espacio para describir el genio de Picasso en la pintura, de Falla y Turina en la música o de María Zambrano en la filosofía, a los que añado literatos de la talla del Nobel Juan Ramón Jiménez o de los hermanos Manuel y Antonio Machado.

Quién no ha leído o cuanto menos oído aquella famosa frase… “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón…”

Poco tengo que decir de la generación del 27 que no sepamos ya: García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre…

Pero después de la Guerra Civil, Andalucía seguía haciéndose entender. Ligados a la Generación del 36, Luis Rosales o José Antonio Muñoz Rojas, y se mantendrá hasta nuestros días con autores como Alfonso Grosso, Vicente Núñez, Pablo García Baena, Francisco Ayala o Antonio Muñoz Molina.

Junto con ellos, destacados creadores de otras disciplinas completan el panorama cultural andaluz del PRESENTE: Luis Gordillo, Carmen Laffón y Guillermo Pérez Villalta en pintura; Salvador Távora y José Luis Gómez en el teatro; Benito Zambrano, Alberto Rodriguez y Santi Amodeo en el cine; Carlos Pérez Siquier y Manuel Falces en la fotografía; o el barítono malagueño Carlos Álvarez en la ópera…

…y folios y folios puedo estar escribiendo sin nombrar más cualidad que la andaluza, sin mencionar a otros, cuyo mérito no pongo en duda.

Porque no saben aquellos que creen dominar la palabra, que no es necesario mencionar las desventuras del que creen pequeño y necio, para, desventurados ellos (y ahora sí en andaluz), meter la pata hasta dentro.

NOTA 1. Perdón por los que no nombro, pero es imposible nombrar a todos.

NOTA 2. Gracias a la Junta de Andalucía, por refrescar mi memoria, pues es imposible recordarlos a todos.

18 de septiembre de 2011

SI NO FUE A LOS 15, A LOS 30 YA... Y PICO

En primer lugar he de darme la bienvenida a mi misma a un espacio en el que, como lo urgente se abre paso aceleradamente ante lo importante, no escribo desde hace tanto que he perdido completamente el hábito.

Pero a pesar de este acelerado, desconcertante y apresurado momento en el que me veo inmersa -más por cabezonería que por propia o real necesidad- he vuelto a sentir el impulso de plasmar mis banales inquietudes, sobre todo aquello que me sorprende, me motiva o simplemente, escapa lo suficiente a mi entendimiento y me genera la curiosidad necesaria como para volver, siempre a este rincón en el que el tema nunca es impuesto, las citas son voluntarias y el argumento forma parte de lo que yo misma perfilo como parte de mi propia experiencia.


El caso es que el viernes pasado, tomé la acertada decisión de asistir a un concierto en el que además de volver a saltar, perder la voz antes de empezar el curso (para variar) y pasar una noche llena de risas y viejos recuerdos, imagino que por deformación profesional, pude comprobar que en los últimos años hay cosas que no cambian, y en caso de que lo hicieran, nunca se vuelven racionales con el tiempo.


Dedico estas líneas a valorar de la forma más subjetiva
y desde el absoluto respeto que le tengo a un comportamiento que a mi entender a veces se convierte en algo compulsivo, exagerado, enfermizo e incluso molesto para otros usuarios: me refiero al internacionalmente conocido FENÓMENO FAN.

Naturalmente impulsada por una intensa necesidad de entender las causas que suscitan un comportamiento tan desconcertante, he leído recientemente varios artículos sobre el tema. Os recomiendo siempre y cuando sea también de vuestro interés, el artículo de Juan Sardá Frouchtmann "Una historia diferente del fenómeno de los admiradores".


Su particular visión se adentra en las principales razones para explicar este proceder social: la cultura de masas, la adolescencia
y la femininidad; aunque afirma que sólo el primero es completamente cierto.

Según Sardá, el comienzo del fenómeno fan como tal surge en los años 50, cuando
Elvis y su música trascienden la barrera de la mera diversión y se convierte en la voz de la juventud que transmite los anhelos de ésta, al mismo tiempo que las chicas jóvenes tapizan sus cuartos y se desmayan al ver actuar al Rey del Rock.

Pero más de 50 años después, en la era de la información, en el siglo en el que las redes sociales nos mantienen informados de lo que nos interesa, y lo que no... ¿Cómo pasan nuestros adolescentes de colgar un poster en la pared de su santuario secreto, a perder por completo el sentido de la lógica, la perspectiva y el decoro, cuando por fin se encuentran ante la imagen del ser completamente desconocido y sin embargo amado?


Aunque escrita por mí misma, no puedo dejar de perfilar una sonrisa cuando releo la palabra "amado"... ¿Cómo se puede anhelar, querer o echar de menos a alguien a quien no se conoce?

Pues se puede, si señor... En la inquieta e intranquila mente de las tantas personas que dan sentido a este fenómeno, parece que se puede preferir gritar de forma irracional e insensata, pelear por el protagonismo de un beso o una mirada -lanzados al aire y sin intención individual- y se puede por supuesto impedir que todo aquel que tenga interés concreto por la música, la letra o la mera sensación de vivir una experiencia artística, termine el día con los oídos destrozados por “te quieros” sin mucho fundamento y los músculos de la cara doloridos por las carcajadas interminables que le han producido los increíbles acontecimientos.

La experiencia fue fantástica, el concierto estuvo verdaderamente bien y superó todas mis expectativas, aunque tengo que decir que una parte verdaderamente importante del éxito se lo debo conceder a todas aquellas personas que junto a mí, y en la primera fila, hicieron de la buena música un momento además de risas imposibles de contener. Fueron tantas las barbaridades que escuché gritar, que si tuviera que ponerlas todas, no cerraría nunca esta entrada de blog.

Sigo preguntándome que lleva a la gente a dramatizar un hecho simple de tan exagerada manera, pero después de todo, es justo que cada uno, suelte la adrenalina como mejor sepa o como buenamente le permitan la oportunidad y la ocasión.