20 de noviembre de 2011

LA CARRERA DEL DAR Y EL RECIBIR


Andaba yo ensimismada, un sábado de lluvia cualquiera, de esos en que te duele la espalda, la vista e incluso las manos de darle a las teclas del ordenador…

Andaba ya cansada por el peso de la tarea, por la prisa por cumplir los plazos, por las ganas, como siempre, de innovar la próxima semana.

“¿Estarán cansados ya los de primero de tanto rollo cinematográfico?” “¿Cómo explico yo en segundo tanto modelo y tan antiguo? ¿Cómo expongo algo tan denso, sin tenerles que aburrir?”

Y de repente me llega por correo lo que hace cada día que tenga ganas de seguir…

He pensado tantas veces si esto merece la pena… No las clases, por supuesto, eso es fácil tenerlo claro. Son las cosas que no hago las que me llegan a molestar.

Hemos de escribir artículos, publicarlos, investigar… DEAs, TESIs, TFMs e incluso un poco de gestión. Acreditaciones, títulos, certificados y no olvidemos el idioma, las estancias en el extranjero, pues todo ello es necesario para poder ejercer. Y lo haré, no tengo dudas, los haré con tiempo o sin él.

…Pero nada es comparable a dar clase cada día, a vivir esa experiencia, a sentir que puedes comunicarte.

Cada lunes entro en el aula con prisas, charlas, desorden… “Apagad la luz, cerrad la puerta”. Miro una y otra vez ese reloj de enfrente que no funciona. Pongo la presentación, el vídeo. “Buenos días; Buenas tardes”; “Vamos chicos que una hora no nos da…”.

Me encanta empezar a reconocerlos, ver sus caras en los Blogs, en las fichas. Saber cuando están inquietos, preocupados, cuando el día ha sido fructífero. Intuir cuando todo va bien, cuando molesto, cuando convenzo, cuando aburro y ¿por qué no?, cuando divierto.

Siempre hay un alumno tímido, que no habla. Su cara te lo dice todo mientras se muerde el labio desde su sitio, sin atreverse a preguntar. El que sabe, el que tiene experiencia o ha leído. El que lleva la voz cantante y ayuda a otros a aprender. El que lo vive y se enfada o lo disfruta, como si fuera la clase el único refugio de sus impetuosas ideas. El reflexivo, que todo lo mastica, antes siquiera de emitir un juicio de valor. Aquel otro de la esquina, que asiente con delicadeza, cada vez que le diriges la mirada. El que niega fervorosamente sin lanzarse a discutir.

El osado, el temperamental, el que lo siente y el que no lo entiende. Todos ellos forman parte de un complejo proceso: la carrera del dar y el recibir. Todos tienen cada día algo importante que enseñar. Y no lo saben.

Pero entonces unos ojillos se abren profundamente. Los músculos se relajan, la figura, antes hierática, se hunde y acomoda y la espalda queda completamente pegada al asiento. Casi puedo ver la luz que se desprende de una idea. Casi puedo tocar el descubrimiento, la satisfacción y el arte que subyace, de haber encontrado una respuesta.

¿Qué será aquello que pasa que no puedo definir?

A mi alrededor todo se para. Veo sus caras desde el escalón. Es la magia que envuelve ese momento tan corto…

Hasta que vuelvo a ser consciente de que se acabó la hora y he de dejar de aprender.

"Cultiva tus capacidades y se convertirán en habilidades"