23 de abril de 2012

MATEMÁTICAS DE LAS VIDA COTIDIANA



Dicen los que entienden que las matemáticas son una ciencia exacta. Parece ser que los números nunca mienten y es enorme la tranquilidad que nos queda cuando, tras hacer un millón de cuentas, acaba siendo cierto que dos y dos son cuatro aquí y en Madagascar. Pero ocurre que esos números, al igual que casi todo, están al alcance de pocos, y el que sabe manejarlos puede usarlos a su antojo.
Ya desde bien pequeñitos nos enseñan en la escuela que es igual uno más dos (1+2=3) que dos más uno (2+1=3). Es también en nuestra infancia que aprendemos que es lo mismo dos y dos son cuatro (2+2=4), que uno más uno más uno más uno (1+1+1+1=4), porque las matemáticas son exactas y el valor sigue siendo cuatro.
Es fantástico llegar a la adolescencia y, tras horas y horas de estrujarnos el cerebro, poder resumir folios de datos en un simple resultado, que todos entendemos como verdad absolutamente irrefutable. Da igual en matemáticas cual sea el camino elegido, pero llegados al punto, toda una clase de bachillerato obtiene como solución el mismo valor numérico. Para todos es por tanto garantía, que el compañero de pupitre escriba lo mismo que tú cuando finaliza su problema.
La mayoría de nosotros ha luchado duramente por hallar picos y patas de una granja, por calcular caramelos, galletas o tomates. Por dividir trozos de tarta, pasar de kilómetro a metro, trazar el área de un trapecio o averiguar en qué punto se pueden encontrar dos trenes según hora de salida y velocidad de locomoción. Los más jóvenes incluso aprendieron a pasar de pesetas a euros, a calcular bien los precios y a conocer el significado cuantitativo de cualquier cosa.
Los números siempre cuadran, ya sean decimales o enteros. Raíces cuadradas complejas, eternos castillos de ecuaciones, derivadas imposibles, atractivas gráficas y funciones. Hasta lo imposible y lo impensable se traduce en un 8 tumbado, que significa in-finito (). Nadie discute el valor que tienen los números, nadie se atreve a contradecir una ciencia que es exacta.
Pero luego te haces adulto, toca aplicar lo aprendido y tanto se deterioran los valores, que en mi caso concreto, la mente se niega a entender. Exactamente eso me ocurre cada mes de junio cuando toca, como a la mayoría de ciudadanos de bien, hacer la declaración de la renta.
No es la intención de este artículo analizar evasiones y fraudes. No pretendo contaros cuanta y cuanta gente miente y engaña, ni a que niveles se declaran los bienes en este país. Yo solo hablo de números, de todos aquellos que si tributan, de cada uno de nosotros que entiende que es lo mismo el dieciocho por ciento de diez (1,8) que el dieciocho por ciento de cinco más el dieciocho por ciento de cinco (0,9x2=1,8).
Si esta premisa es tan cierta, ¿se ha preguntado alguien porque una familia media, legalmente establecida, tiene varias posibilidades de hacer la declaración? A mí esto no me preocuparía, si todas y cada una de las opciones, diera como resultado el único número válido que en el cole me enseñaron. Uno que fuese el mismo sea cual sea la combinación.
Planteemos pues el problema: Familia de clase media, trabajadores ambos adultos. Dos hijos menores al cargo, por supuesto en edad escolar. Me dijeron a mí mis maestros, que si el valor del tributo de cada uno de los componentes se materializa en un número concreto, hagan como hagan las cuentas el resultado deber ser idéntico.
No es el caso en esto del fisco. Pues no es lo mismo hacer la declaración juntos que separados. No es lo mismo madre con hijos y padre solo, que padre con hijo y madre con hijo. Curiosamente no es lo mismo madre y padre con dos hijos ni padre con dos hijos y madre sin hijos. ¿Cómo es posible? ¿Pero dos y dos no eran cuatro, uno más uno dos y en consecuencia dos por dos cuatro?
Cansada de oír a la gente comentar en cualquier sitio “juntos me sale a pagar”, “separados me devuelven”; “Si mi marido se mete a los niños, al final me es más rentable…”
Pero ahí no queda la cosa. Tampoco es valor absoluto de donde vienen los números. Si diez mil euros son diez mil euros, vistos desde el punto de vista matemático, una vez más, ¿cómo es posible que no computen igual si la cuantía procede de un solo pagador, de dos o de tres?
Véase el caso de cualquier criatura, que tras sufrir un despido de esos tan necesarios para el saneamiento del país, percibe el inestimable salario que te proporciona el INEM (ahora llamado SEPE), seis meses de un año cualquiera. Eso son dos pagadores y los tramos son distintos, pues no es lo mismo este caso que el de cualquiera que gane un cuarto más en su empresa pero solo por una vía. Cosa de tramos y topes. Hasta exento podría estar el pavo de declarar ante hacienda, aunque tú por algo menos, te veas en la obligación. Dos pagadores.
Quien tiene como yo la suerte, porque hoy en día es una suerte y en peligro de extinción, de tener dos trabajos a medias, en vez de uno suficiente, debe pues contribuir; o eso me dicen los que se embolsan al mes de un solo sitio, algún que otro euro más de lo que recibo yo por dos trabajos, pero están exentos por ley por tener un solo pagador.
Y año tras año me acuerdo de aquel sketch de José Mota, donde explicaba muy claro que las gallinas que entran por las que van saliendo. Y por más vueltas que le doy, sigo sin entender que si tengo diez gallinas, tributadas legalmente, y a mi me computan cuatro más seis y al del al lado le cuentan diez, porque el resultado es distinto. Diez gallinas tienen diez picos y veinte patas o veinte patas y diez picos. Son estas matemáticas de la vida cotidiana.
Quizá sea esa la base de tanta reforma educativa. Expliquemos entonces al alumnado de ahora, que picos y patas hay muchos, que para ti suman cien, para el del al lado trescientos, otro dice tener dos y le creemos, y otros ni siquiera tienen por qué computarlos. Aunque parezca complicado que en una clase de ESO dos trenes se crucen según puntos de vista, de adultos no habrá sorpresas y todos podremos convencernos de que el numero sirve a quien sirve, de que algunos no los utilizamos con suficiente maestría, pero que otros saben manejarlos y créanme, no siempre lo hacen como es debido.

19 de abril de 2012

LA CADENA DE CONSUMO

A la luz de los acontecimientos que nos tienen a todos el humor algo maltrecho, se me ha venido a la cabeza que por más vueltas que le doy, no comprendo cómo se hace política en este país.

No soy economista, vaya la excusa por delante. Dios me libre de hablar de lo que no sé y disculpen mi osadía los entendidos, esos que conforman los gobiernos, las comisiones y otros grupos de elegidos, que tienen la oportunidad de manejar a su antojo las vidas de aquellas personas que sólo quieren trabajar.

Bien es sabido por todos, que desde hace varios años y hasta la fecha en que escribo, en ausencia de un empleo que me permita vivir cubriendo mis más básicas expectativas, tengo dos medios trabajos a los que juntos dedico como si cada uno de ellos fuera el que me brinda el 200 % de mi salario. Pero este complicado asunto tiene sus no parabienes y mis doce años de experiencia me refieren la figura universitaria que soy “profesora asociada”, sin los cuales no sería apta para el puesto docente que desempeño. Hablando claro, o todo o nada.

Como más de cinco millones de parados no parecen suficiente desgracia, para aquellos que se erigen en arte y parte de la salvación de una Europa que desea para nosotros el mejor de los destinos, la cifra en España no para de aumentar y como no, porque libre no estamos ninguno, se ciñe sobre mi cabeza la oscura sombra del INEM.

Pensaba yo, como decía, que cada día cojo el coche al que dos veces al mes echo oro líquido, hasta que la manguera (o la cartera) me dice para. Como la jornada es mayor de cinco horas, tenemos derecho a “descanso por bocadillo”, que en mi tierra se traduce en una buena tostada, un café bien calentito y un ratito de charlas en el bar de enfrente en el que un joven matrimonio ha puesto hace unos años toda su ilusión y el capital correspondiente.

Dos días a la semana trabajamos por la tarde. Aprovecho para hacer algún que otro recado y como, según el día, un par de tapas en la Puerta Real, algo de comida china en un restaurante en el Duque, o ¿porque no?, una ensalada en mi cafetería favorita donde además pago sin remordimientos lo que cuesta un frapuccino con extra de moca. En esta enorme y horrorosa empresa multinacional, suelen atenderme jóvenes que trabajan algunas horas a la semana, para pagarse unos estudios que algunos dicen, son públicos y gratuitos.

Otras veces sin embargo, entro en el supermercado y sigo y sigo consumiendo hasta el punto de llevar a casa algo especial para cenar, algún capricho suculento que me ayude a terminar el día. En ocasiones compro regalos, para familiares o amigos cuyos cumpleaños se acercan, y como es de tradición costumbrista, son obsequiados con presentes a juego con la economía de la persona que regala. Pero no contenta con tan tenebroso nivel de consumo, suelo dar una vuelta paseando, entrando en esta y aquella tienda, algunos pequeños comercios de los que viven familias enteras y en las que con cierta regularidad siempre acabo comprando algo.

El caso es que andaba yo dando vueltas por el centro y se me vino al pensamiento que ocurriría si de pronto, yo no hiciera nada de esto.

Ya no tendría que madrugar, ni echar tanta gasolina. Tampoco consumiría desayunos en el bar de enfrente, ni ensaladas ni cafés. Ya no compraría detalles para mi recién estrenada casa, ni ropa que por el uso se hace pesada de llevar.

Y aunque una persona no es mucho, cinco millones que no compran, no toman café en la calle, no salen con los amigos o no tienen casi vida social, generan una ausencia tan escandalosa de consumo que, tras el despido de unos, vienen los cierres de otros, las dificultades de subsistir de los terceros y una rueda destructora de todo ápice de empleo en cada uno de los barrios y rincones de esta ciudad.

¿Será posible que la reforma laboral, el aumento constante de las personas que engrosan las cifras del Paro, la congelación de las promociones y los accesos a los distintos cuerpos de empleo público, los recortes en Educación, Sanidad, Cultura, Políticas de Empleo y demás pilares de una sociedad sana y que se llama a sí misma democrática, sean la solución al problema que las medidas en sí mismas están generando? Llámenme torpe, por no entender. O mejor, explíquenlo con palabras sencillas, para que todos los ciudadanos conozcamos el porqué de nuestros sacrificios.

Decía Funes en su artículo Lecturas inadaptadas sobre los ciudadanos con dificultades sociales, que a veces algunas medidas de intervención, generan más perjuicio del que quieren evitar. Pero claro, él tampoco es economista… y naturalmente no se estaba refiriendo a esto...