Dicen los que entienden que las matemáticas son una ciencia
exacta. Parece ser que los números nunca mienten y es enorme la tranquilidad
que nos queda cuando, tras hacer un millón de cuentas, acaba siendo cierto que
dos y dos son cuatro aquí y en Madagascar. Pero ocurre que esos números, al
igual que casi todo, están al alcance de pocos, y el que sabe manejarlos puede
usarlos a su antojo.
Ya desde bien pequeñitos nos enseñan en la escuela que es
igual uno más dos (1+2=3) que dos más uno (2+1=3). Es también en nuestra
infancia que aprendemos que es lo mismo dos y dos son cuatro (2+2=4), que uno más
uno más uno más uno (1+1+1+1=4), porque las matemáticas son exactas y el valor
sigue siendo cuatro.
Es fantástico llegar a la adolescencia y, tras horas y horas
de estrujarnos el cerebro, poder resumir folios de datos en un simple
resultado, que todos entendemos como verdad absolutamente irrefutable. Da igual
en matemáticas cual sea el camino elegido, pero llegados al punto, toda una
clase de bachillerato obtiene como solución el mismo valor numérico. Para todos
es por tanto garantía, que el compañero de pupitre escriba lo mismo que tú
cuando finaliza su problema.
La mayoría de nosotros ha luchado duramente por hallar picos
y patas de una granja, por calcular caramelos, galletas o tomates. Por dividir
trozos de tarta, pasar de kilómetro a metro, trazar el área de un trapecio o
averiguar en qué punto se pueden encontrar dos trenes según hora de salida y
velocidad de locomoción. Los más jóvenes incluso aprendieron a pasar de pesetas
a euros, a calcular bien los precios y a conocer el significado cuantitativo de
cualquier cosa.
Los números siempre cuadran, ya sean decimales o enteros. Raíces
cuadradas complejas, eternos castillos de ecuaciones, derivadas imposibles,
atractivas gráficas y funciones. Hasta lo imposible y lo impensable se traduce
en un 8 tumbado, que significa in-finito (∞). Nadie discute el valor que tienen
los números, nadie se atreve a contradecir una ciencia que es exacta.
Pero luego te haces adulto, toca aplicar lo aprendido y tanto
se deterioran los valores, que en mi caso concreto, la mente se niega a
entender. Exactamente eso me ocurre cada mes de junio cuando toca, como a la
mayoría de ciudadanos de bien, hacer la declaración de la renta.
No es la intención de este artículo analizar evasiones y
fraudes. No pretendo contaros cuanta y cuanta gente miente y engaña, ni a que
niveles se declaran los bienes en este país. Yo solo hablo de números, de todos
aquellos que si tributan, de cada uno de nosotros que entiende que es lo mismo
el dieciocho por ciento de diez (1,8) que el dieciocho por ciento de cinco más
el dieciocho por ciento de cinco (0,9x2=1,8).
Si esta premisa es tan cierta, ¿se ha preguntado alguien
porque una familia media, legalmente establecida, tiene varias posibilidades de
hacer la declaración? A mí esto no me preocuparía, si todas y cada una de las
opciones, diera como resultado el único número válido que en el cole me
enseñaron. Uno que fuese el mismo sea cual sea la combinación.
Planteemos pues el problema: Familia de clase media,
trabajadores ambos adultos. Dos hijos menores al cargo, por supuesto en edad escolar.
Me dijeron a mí mis maestros, que si el valor del tributo de cada uno de los
componentes se materializa en un número concreto, hagan como hagan las cuentas
el resultado deber ser idéntico.
No es el caso en esto del fisco. Pues no es lo mismo hacer la
declaración juntos que separados. No es lo mismo madre con hijos y padre solo,
que padre con hijo y madre con hijo. Curiosamente no es lo mismo madre y padre
con dos hijos ni padre con dos hijos y madre sin hijos. ¿Cómo es posible? ¿Pero
dos y dos no eran cuatro, uno más uno dos y en consecuencia dos por dos cuatro?
Cansada de oír a la gente comentar en cualquier sitio “juntos
me sale a pagar”, “separados me devuelven”; “Si mi marido se mete a los niños,
al final me es más rentable…”
Pero ahí no queda la cosa. Tampoco es valor absoluto de donde
vienen los números. Si diez mil euros son diez mil euros, vistos desde el punto
de vista matemático, una vez más, ¿cómo es posible que no computen igual si la
cuantía procede de un solo pagador, de dos o de tres?
Véase el caso de cualquier criatura, que tras sufrir un
despido de esos tan necesarios para el saneamiento del país, percibe el
inestimable salario que te proporciona el INEM (ahora llamado SEPE), seis meses
de un año cualquiera. Eso son dos pagadores y los tramos son distintos, pues no
es lo mismo este caso que el de cualquiera que gane un cuarto más en su empresa
pero solo por una vía. Cosa de tramos y topes. Hasta exento podría estar el
pavo de declarar ante hacienda, aunque tú por algo menos, te veas en la
obligación. Dos pagadores.
Quien tiene como yo la suerte, porque hoy en día es una
suerte y en peligro de extinción, de tener dos trabajos a medias, en vez de uno
suficiente, debe pues contribuir; o eso me dicen los que se embolsan al mes de
un solo sitio, algún que otro euro más de lo que recibo yo por dos trabajos,
pero están exentos por ley por tener un solo pagador.
Y año tras año me acuerdo de aquel sketch de José Mota, donde explicaba muy claro que las gallinas que
entran por las que van saliendo. Y por más vueltas que le doy, sigo sin
entender que si tengo diez gallinas, tributadas legalmente, y a mi me computan
cuatro más seis y al del al lado le cuentan diez, porque el resultado es
distinto. Diez gallinas tienen diez picos y veinte patas o veinte patas y diez
picos. Son estas matemáticas de la vida cotidiana.
Quizá sea esa la base de tanta reforma educativa. Expliquemos
entonces al alumnado de ahora, que picos y patas hay muchos, que para ti suman
cien, para el del al lado trescientos, otro dice tener dos y le creemos, y otros
ni siquiera tienen por qué computarlos. Aunque parezca complicado que en una
clase de ESO dos trenes se crucen según puntos de vista, de adultos no habrá
sorpresas y todos podremos convencernos de que el numero sirve a quien sirve,
de que algunos no los utilizamos con suficiente maestría, pero que otros saben
manejarlos y créanme, no siempre lo hacen como es debido.
Pues yo me he acordado de la escena de "El camarote" de los hermanos Marx
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