19 de abril de 2012

LA CADENA DE CONSUMO

A la luz de los acontecimientos que nos tienen a todos el humor algo maltrecho, se me ha venido a la cabeza que por más vueltas que le doy, no comprendo cómo se hace política en este país.

No soy economista, vaya la excusa por delante. Dios me libre de hablar de lo que no sé y disculpen mi osadía los entendidos, esos que conforman los gobiernos, las comisiones y otros grupos de elegidos, que tienen la oportunidad de manejar a su antojo las vidas de aquellas personas que sólo quieren trabajar.

Bien es sabido por todos, que desde hace varios años y hasta la fecha en que escribo, en ausencia de un empleo que me permita vivir cubriendo mis más básicas expectativas, tengo dos medios trabajos a los que juntos dedico como si cada uno de ellos fuera el que me brinda el 200 % de mi salario. Pero este complicado asunto tiene sus no parabienes y mis doce años de experiencia me refieren la figura universitaria que soy “profesora asociada”, sin los cuales no sería apta para el puesto docente que desempeño. Hablando claro, o todo o nada.

Como más de cinco millones de parados no parecen suficiente desgracia, para aquellos que se erigen en arte y parte de la salvación de una Europa que desea para nosotros el mejor de los destinos, la cifra en España no para de aumentar y como no, porque libre no estamos ninguno, se ciñe sobre mi cabeza la oscura sombra del INEM.

Pensaba yo, como decía, que cada día cojo el coche al que dos veces al mes echo oro líquido, hasta que la manguera (o la cartera) me dice para. Como la jornada es mayor de cinco horas, tenemos derecho a “descanso por bocadillo”, que en mi tierra se traduce en una buena tostada, un café bien calentito y un ratito de charlas en el bar de enfrente en el que un joven matrimonio ha puesto hace unos años toda su ilusión y el capital correspondiente.

Dos días a la semana trabajamos por la tarde. Aprovecho para hacer algún que otro recado y como, según el día, un par de tapas en la Puerta Real, algo de comida china en un restaurante en el Duque, o ¿porque no?, una ensalada en mi cafetería favorita donde además pago sin remordimientos lo que cuesta un frapuccino con extra de moca. En esta enorme y horrorosa empresa multinacional, suelen atenderme jóvenes que trabajan algunas horas a la semana, para pagarse unos estudios que algunos dicen, son públicos y gratuitos.

Otras veces sin embargo, entro en el supermercado y sigo y sigo consumiendo hasta el punto de llevar a casa algo especial para cenar, algún capricho suculento que me ayude a terminar el día. En ocasiones compro regalos, para familiares o amigos cuyos cumpleaños se acercan, y como es de tradición costumbrista, son obsequiados con presentes a juego con la economía de la persona que regala. Pero no contenta con tan tenebroso nivel de consumo, suelo dar una vuelta paseando, entrando en esta y aquella tienda, algunos pequeños comercios de los que viven familias enteras y en las que con cierta regularidad siempre acabo comprando algo.

El caso es que andaba yo dando vueltas por el centro y se me vino al pensamiento que ocurriría si de pronto, yo no hiciera nada de esto.

Ya no tendría que madrugar, ni echar tanta gasolina. Tampoco consumiría desayunos en el bar de enfrente, ni ensaladas ni cafés. Ya no compraría detalles para mi recién estrenada casa, ni ropa que por el uso se hace pesada de llevar.

Y aunque una persona no es mucho, cinco millones que no compran, no toman café en la calle, no salen con los amigos o no tienen casi vida social, generan una ausencia tan escandalosa de consumo que, tras el despido de unos, vienen los cierres de otros, las dificultades de subsistir de los terceros y una rueda destructora de todo ápice de empleo en cada uno de los barrios y rincones de esta ciudad.

¿Será posible que la reforma laboral, el aumento constante de las personas que engrosan las cifras del Paro, la congelación de las promociones y los accesos a los distintos cuerpos de empleo público, los recortes en Educación, Sanidad, Cultura, Políticas de Empleo y demás pilares de una sociedad sana y que se llama a sí misma democrática, sean la solución al problema que las medidas en sí mismas están generando? Llámenme torpe, por no entender. O mejor, explíquenlo con palabras sencillas, para que todos los ciudadanos conozcamos el porqué de nuestros sacrificios.

Decía Funes en su artículo Lecturas inadaptadas sobre los ciudadanos con dificultades sociales, que a veces algunas medidas de intervención, generan más perjuicio del que quieren evitar. Pero claro, él tampoco es economista… y naturalmente no se estaba refiriendo a esto...

1 comentario:

  1. La solución no la tiene un economista... Por lo menos no la tienen los que salen en los periódicos!! La solución debe estar en la calle! Hasta entonces, una bicicleta y un huerto, es lo que nos queda Almudena! Un saludo!! :)

    ResponderEliminar